miércoles, 6 de octubre de 2010

Hablamos mucho, pero no siempre entendemos el valor de las palabras.
Una palabra puede ser más potente que una lluvia de misiles, porque una palabra dicha, o no dicha, gritada o susurrada puede desatar una revolución.
Uno no se da cuenta de todo lo que tiene para decir hasta que empieza a decirlo. Las palabras están ahí, atrapadas en tu cabeza, quieren salir, quieren ser dichas, quieren ser gritadas.
Cuando alguien te discute a full le terminas dando la razón. Para eso sirven las palabras, para ocultar lo que sentís.
Uno cree que las palabras dan respuestas, pero dan algo más poderoso: preguntas.
Decir algo es muy potente, pero más potente aun es no decirlo. Porque el silencio también tiene palabras, pero son palabras guardadas, elegidas, que esperan pacientes el momento de ser reveladas.
A veces solo hace falta abrir la boca para que se desate un huracán.
Pero las palabras cuando llegan te despiertan.
Las palabras pueden distraer, engañar.
Las palabras son pensamientos que se convierten en acción.
Actuar es mi palabra favorita, porque no se dice, se hace.
Las palabras están ahí, vírgenes, listas para ser usadas.
Las palabras provocan, inquietan, movilizan. ¿De quién son las palabras que decimos? ¿A quién pertenecen? ¿A uno, a varios o a todos?
¿De qué sirven las palabras si uno las dice y nadie del otro lado las recibe?
¿Qué valor tiene una palabra si nadie la escucha?
Sin palabras no hay silencios.
Y sin silencios no hay palabras.
Muchas veces no sabemos por que callamos, y muchas más no sabemos por qué hablamos.
Estamos en silencio, guardándonos las palabras hasta que algo, alguien nos hace hablar.
hay tantas palabras.
Y sin embargo muchas veces nos quedamos mudos, sin saber que palabra usar.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero cuando una palabra tiene valor puede contener mil imágenes.
Cuando todo perdió valor la palabra puede rescatarnos.